El Diccionario de la RAE define la palabra ‘cola’, entre otras acepciones, como la hilera de personas que esperan vez. Tal y como viene siendo habitual en las últimas ediciones, este año se ha confirmado lo evidente, que el que se pone en cola, o el que se cuela, no espera necesariamente ‘la vez’.

Concierto en el patio de los Naranjos

Que la pasada Noche en Blanco 2012 fue un éxito no puede negarlo nadie, independientemente de que desde las actuales coyunturas (en plural) culturales, sociales y económicas se ponga en duda la idoneidad de su permanencia nacida al amparo de una ya olvidada candidatura a la capitalidad cultural de Málaga para el año 2016.

Si bien recibida por necesaria es una crítica constructiva a la labor  en materia cultural de nuestras administraciones, también es justo reconocer cuándo las cosas se han hecho bien o van camino de hacerlo. Me sorprendió por ello que algunos medios informativos se hicieran eco días antes de la celebración de la existencia en esta cita  tras el batacazo (sic) de 2016 o si la afluencia y el seguimiento casi fiel de los ciudadanos a este encuentro nocturno con la ciudad hasta desbordar las previsiones iniciales con más de 230000 visitas no fuesen garantía suficiente para la pervivencia de este acontecimiento.

La Noche en Blanco está ya marcada en rojo como día importante del mes de mayo. Aunque sea arriesgado identificar claramente este acontecimiento con una fecha  del calendario tal y como sucede con otras manifestaciones ya perfectamente asentadas como la Semana Santa o la Feria, si el próximo año un periódico local expusiese en titulares,  por poner un ejemplo, la desaparición por razones económicas de la Noche en Blanco, la indignación ciudadana no superaría el día o día y medio de duración.

Y aunque así sea, hay muchas más razones para exigir su permanencia que para denunciar su ineficacia.

Performance en el cine Albéniz
Casa del Cardenal. patio

El tamaño importa cuando de echar números se trata. Y las colas dan para pensar mucho. Existe una tendencia generalizada por valorar el éxito de una propuesta en base a la longitud de las filas que se forman y por el tiempo de espera que se emplea en ellas. Si los clásicos en formar colas como el Picasso, el Thyssen, la Fundación Picasso-Museo Casa Natal o la Alcazaba aglutinaban a la mayor parte de los visitantes, muchos otros espacios le iban a la zaga en afluencia. Si la gratuidad de la entrada es una garantía de éxito, bien es cierto que no justifica por sí sola la existencia de largas colas en espacios culturales que habitualmente están abiertos al público sin condición de pago. El por qué se originaban otras tantas a la entrada de la exposición sobre el mundo romano en la carpa montada por la Fundación La Caixa, el Teatro Romano o la misma Fundación Picasso, cuando todos ellos son gratuitos cualquier otro día es un misterio. La cola es una metáfora del ambiente generado ese día, una mezcla de la cultura abierta, de la alegría contagiada y de una cierta confusión, la de aquel que se une a la fiesta sin un programa de mano definido.

Museo Carmen Thyssen. proyección

Carentes de una hoja de ruta preparada, aprovechamos para visitar el Museo de las Cofradías en el magnífico Hospital de San Julián, con dos preciosos patios claramente desconocidos y una propuesta museográfica atractiva pero que denota una evidente falta de espacio; hicimos igual con los patios que se abrieron para la ocasión con la muestra “Viva la Calle” (en la que lo de menos era dicha exposición y lo que más el atractivo de contemplar estos espacios privados habitualmente inaccesibles); asistimos a los conciertos en las plazas del Pericón (mágica y recoleta) y a los extraoficiales que se repartían por las calles: también visitamos el sugerente collage-media proyectado en la fachada del Palacio de Villalón con imágenes seleccionadas de los cuadros de la Colección Carmen Thyssen componiendo una suerte de escena costumbrista en la que guitarristas, cantaores, palmeros y una bailaora se entonaban al ritmo del compás que marcaba el artista Malaventura en su mesa de mezclas.

Desde el CAC hasta la Merced y desde el muelle dos hacia Martiricos, toda la ciudad se convirtió en un hervidero de actividad en que la gente se movía y se dejaba llevar por la multitud sin destino ni horarios definidos.

IES Victoria. Miguel Fisac. Foto Fundación Miguel Fisac

No había cola para entrar en el IES Victoria aunque de haberla habido hubiese sido más que justificada. Sin palabras. El entusiasmo de los docentes del centro que se prestaron esa noche para servir de cicerones del edificio de Fisac y de sus tesoros era contagioso. Nunca habíamos tenido la oportunidad de visitar previamente el edificio que el pasado año cumplió el medio siglo de vida. Y no deja indiferente en su visita ni por continente  ni por contenido (http://www.juntadeandalucia.es/averroes/centros-tic/29005928/helvia/sitio/index.cgi?wid_seccion=12&wid_item=78). La calidad arquitectónica de esta construcción, supuso un verdadero avance conceptual y un ensayo de las fórmulas después masivamente aplicadas por su autor  («Málaga. Guía de Arquitectura». VVAA. Junta de Andalucía-Colegio de Arquitectos de Málaga. 2005) claramente apreciadas en la Iglesia, de planta trapezoidal y sección ascendente, precursora de otras tantas posteriores del mismo autor y que funciona actualmente como salón de actos. La luz, el empleo de materiales sencillos a los que se extrae todo su potencial, los ritmos en los recorridos y su interrelación con los espacios libres y ajardinados son plenamente apreciables hoy en día a pesar de que la obra inicial se haya desvirtuado por la incorporación sucesiva de nuevos espacios en esa tónica general de acumular y colmatar los existentes, tan extendida en los centros educativos de nuestra comunidad, y del espantoso color ocre subrayado por los  zócalos cerámicos que por razones, supongo de mantenimiento (o más bien de disimulo estético), recubre paredes y techos.

La fantástica colección de animales disecados (del s.XIX), de maquetas del museo Agronómico o de joyas bibliográficas, como la colección de más de 22.000 fondos que atesora, entre los que se encuentran libros ilustrados y facsímiles desde el s. XVIII a la actualidad así como las cartas de presentación de alumnos ilustres que pasaron por sus aulas, completaron una visita ineludible.

Al final de la noche, cuando algunas de las actividades se dieron por clausuradas, decidimos ir contracorriente  para visitar la exposición (la cola era allí inexistente) que había montado el COAMálaga en la Sede del Patronato de Turismo. Nos atrajo el título. En «el ojo, la mano. Historias fotográficas de la Arquitectura», 50 arquitectos españoles transcriben en palabras lo que otras 50 fotografías del siglo XX ilustran gráficamente acerca de la Arquitectura de la última centuria. A pesar de que me reafirme en la idea de lo tediosa que puede llegar a ser una exposición hecha por y para arquitectos (colgar las hojas del estupendo catálogo de la muestra sobre las paredas, textos completos incluidos, no es el mejor modo de acercar nuestra profesión al gran público) leí entre los formatos allí expuestos un texto que me ha hecho reflexionar desde entonces. Acompañando a la fotografía de Rubén Wodebig del Centro de Relajación de Torrevieja de Toyo Ito, cuyos atrevidos volúmenes se pudren literalmente desde hace un lustro, el texto de Fredy Massad que acompañaba a la imagen me hizo respirar tranquilo durante unos segundos. Aunque no descubre nada nuevo, es otra muestra más de que existe una responsabilidad compartida. Y un testimonio irrefutable de que hay esperanza más allá de la que se empeñan en mostrarnos.

 

Centro de Relajación Torrevieja. Foto Vía-Arquitectura

<<Esta  fotografía de lo que debía haber sido el Centro de Relajación en Torrevieja, diseñado por Toyo Ito, es el retrato perfecto de un fracaso: el fin vergonzoso de un ciclo de desaforada diatriba neoliberal que dio comienzo con la caída del muro de Berlín y que ha acabado abruptamente, cuando el colapso económico ha impuesto su cierre definitivo. Un ciclo cuyos latentes signos de agotamiento han sido ignorados durante mucho tiempo y en el que la arquitectura ha estado languideciendo, pese a las apariciones, en su propia precariedad propositiva y volubilidad ideológica.

La imagen de degradación y podredumbre de algo que inicialmente fue concebido como una estructura de sofisticada vanguardia resulta una poderosa expresión de la materia de la que estaba hecho el poder de los arquitectos-estrella que, borrachos de ambición, pervirtieron su propia identidad y sus convicciones sobre la arquitectura para ponerse al servicio de la sociedad de consumo convirtiéndose en productores de objetos: una generación de arquitectos que hizo mal uso de la globalización, o la comprendió mal, y que quisieron, mediante sus edificios, homogeneizar el mundo para apropiárselo como su campo de acción.

Esta deriva hacia la espectacularización desenfrenada y la obsesión por la omnipresencia transformaron a buenos y muy buenos arquitectos en una parodia de sí mismos. Sus edificios se convirtieron en banales ejercicios de diseño mientras ellos perdían la credibilidad a cambio de fama, y legaban caprichos descartables, amasijos de ruinas prematuras, materiales y conceptuales. Edificios abandonados antes de ser concluidos o inútiles edificios construidos, cuya fallida existencia debiera obligar a una profunda reflexión y severa autocrítica sobre esta alianza de la arquitectura con la mera vanidad, el poder y la corrupción a los que los arquitectos ofrecieron vasallaje para ser recompensados obteniendo regocijo para sus egos.

Recientemente Toyo Ito afirmaba: “La arquitectura contemporánea se ha convertido en una herramienta para visualizar capital en una economía global. Debemos ser libres para usar la arquitectura como herramienta: debemos reconsiderar lo que la arquitectura debiera ser”. Cabe preguntarse si esa meditación ha surgido frente a esta misma imagen, reflejo de un presente inconcluso, en el que muchos arquitectos han olvidado al individuo y la sociedad. Un periodo cuya euforia algunos –menos reflexivos que Ito- se obstinan en eternizar en nuevos enclaves, y durante el que España fue suelo para la construcción de espejismos que hoy no son más que restos de un naufragio.>>

Fredy Massad

 

El Diccionario de la RAE define la palabra ‘cola’, entre otras acepciones, como la hilera de personas que esperan vez. Tal y como viene siendo habitual en las últimas ediciones, este año se ha confirmado lo evidente, que el que se pone en cola, o el que se cuela, no espera necesariamente ‘la vez’.

Concierto en el patio de los Naranjos

Que la pasada Noche en Blanco 2012 fue un éxito no puede negarlo nadie, independientemente de que desde las actuales coyunturas (en plural) culturales, sociales y económicas se ponga en duda la idoneidad de su permanencia nacida al amparo de una ya olvidada candidatura a la capitalidad cultural de Málaga para el año 2016.

Si bien recibida por necesaria es una crítica constructiva a la labor  en materia cultural de nuestras administraciones, también es justo reconocer cuándo las cosas se han hecho bien o van camino de hacerlo. Me sorprendió por ello que algunos medios informativos se hicieran eco días antes de la celebración de la existencia en esta cita  tras el batacazo (sic) de 2016 o si la afluencia y el seguimiento casi fiel de los ciudadanos a este encuentro nocturno con la ciudad hasta desbordar las previsiones iniciales con más de 230000 visitas no fuesen garantía suficiente para la pervivencia de este acontecimiento.

La Noche en Blanco está ya marcada en rojo como día importante del mes de mayo. Aunque sea arriesgado identificar claramente este acontecimiento con una fecha  del calendario tal y como sucede con otras manifestaciones ya perfectamente asentadas como la Semana Santa o la Feria, si el próximo año un periódico local expusiese en titulares,  por poner un ejemplo, la desaparición por razones económicas de la Noche en Blanco, la indignación ciudadana no superaría el día o día y medio de duración.

Y aunque así sea, hay muchas más razones para exigir su permanencia que para denunciar su ineficacia.

Performance en el cine Albéniz
Casa del Cardenal. patio

El tamaño importa cuando de echar números se trata. Y las colas dan para pensar mucho. Existe una tendencia generalizada por valorar el éxito de una propuesta en base a la longitud de las filas que se forman y por el tiempo de espera que se emplea en ellas. Si los clásicos en formar colas como el Picasso, el Thyssen, la Fundación Picasso-Museo Casa Natal o la Alcazaba aglutinaban a la mayor parte de los visitantes, muchos otros espacios le iban a la zaga en afluencia. Si la gratuidad de la entrada es una garantía de éxito, bien es cierto que no justifica por sí sola la existencia de largas colas en espacios culturales que habitualmente están abiertos al público sin condición de pago. El por qué se originaban otras tantas a la entrada de la exposición sobre el mundo romano en la carpa montada por la Fundación La Caixa, el Teatro Romano o la misma Fundación Picasso, cuando todos ellos son gratuitos cualquier otro día es un misterio. La cola es una metáfora del ambiente generado ese día, una mezcla de la cultura abierta, de la alegría contagiada y de una cierta confusión, la de aquel que se une a la fiesta sin un programa de mano definido.

Museo Carmen Thyssen. proyección

Carentes de una hoja de ruta preparada, aprovechamos para visitar el Museo de las Cofradías en el magnífico Hospital de San Julián, con dos preciosos patios claramente desconocidos y una propuesta museográfica atractiva pero que denota una evidente falta de espacio; hicimos igual con los patios que se abrieron para la ocasión con la muestra “Viva la Calle” (en la que lo de menos era dicha exposición y lo que más el atractivo de contemplar estos espacios privados habitualmente inaccesibles); asistimos a los conciertos en las plazas del Pericón (mágica y recoleta) y a los extraoficiales que se repartían por las calles: también visitamos el sugerente collage-media proyectado en la fachada del Palacio de Villalón con imágenes seleccionadas de los cuadros de la Colección Carmen Thyssen componiendo una suerte de escena costumbrista en la que guitarristas, cantaores, palmeros y una bailaora se entonaban al ritmo del compás que marcaba el artista Malaventura en su mesa de mezclas.

Desde el CAC hasta la Merced y desde el muelle dos hacia Martiricos, toda la ciudad se convirtió en un hervidero de actividad en que la gente se movía y se dejaba llevar por la multitud sin destino ni horarios definidos.

IES Victoria. Miguel Fisac. Foto Fundación Miguel Fisac

No había cola para entrar en el IES Victoria aunque de haberla habido hubiese sido más que justificada. Sin palabras. El entusiasmo de los docentes del centro que se prestaron esa noche para servir de cicerones del edificio de Fisac y de sus tesoros era contagioso. Nunca habíamos tenido la oportunidad de visitar previamente el edificio que el pasado año cumplió el medio siglo de vida. Y no deja indiferente en su visita ni por continente  ni por contenido (http://www.juntadeandalucia.es/averroes/centros-tic/29005928/helvia/sitio/index.cgi?wid_seccion=12&wid_item=78). La calidad arquitectónica de esta construcción, supuso un verdadero avance conceptual y un ensayo de las fórmulas después masivamente aplicadas por su autor  («Málaga. Guía de Arquitectura». VVAA. Junta de Andalucía-Colegio de Arquitectos de Málaga. 2005) claramente apreciadas en la Iglesia, de planta trapezoidal y sección ascendente, precursora de otras tantas posteriores del mismo autor y que funciona actualmente como salón de actos. La luz, el empleo de materiales sencillos a los que se extrae todo su potencial, los ritmos en los recorridos y su interrelación con los espacios libres y ajardinados son plenamente apreciables hoy en día a pesar de que la obra inicial se haya desvirtuado por la incorporación sucesiva de nuevos espacios en esa tónica general de acumular y colmatar los existentes, tan extendida en los centros educativos de nuestra comunidad, y del espantoso color ocre subrayado por los  zócalos cerámicos que por razones, supongo de mantenimiento (o más bien de disimulo estético), recubre paredes y techos.

La fantástica colección de animales disecados (del s.XIX), de maquetas del museo Agronómico o de joyas bibliográficas, como la colección de más de 22.000 fondos que atesora, entre los que se encuentran libros ilustrados y facsímiles desde el s. XVIII a la actualidad así como las cartas de presentación de alumnos ilustres que pasaron por sus aulas, completaron una visita ineludible.

Al final de la noche, cuando algunas de las actividades se dieron por clausuradas, decidimos ir contracorriente  para visitar la exposición (la cola era allí inexistente) que había montado el COAMálaga en la Sede del Patronato de Turismo. Nos atrajo el título. En «el ojo, la mano. Historias fotográficas de la Arquitectura», 50 arquitectos españoles transcriben en palabras lo que otras 50 fotografías del siglo XX ilustran gráficamente acerca de la Arquitectura de la última centuria. A pesar de que me reafirme en la idea de lo tediosa que puede llegar a ser una exposición hecha por y para arquitectos (colgar las hojas del estupendo catálogo de la muestra sobre las paredas, textos completos incluidos, no es el mejor modo de acercar nuestra profesión al gran público) leí entre los formatos allí expuestos un texto que me ha hecho reflexionar desde entonces. Acompañando a la fotografía de Rubén Wodebig del Centro de Relajación de Torrevieja de Toyo Ito, cuyos atrevidos volúmenes se pudren literalmente desde hace un lustro, el texto de Fredy Massad que acompañaba a la imagen me hizo respirar tranquilo durante unos segundos. Aunque no descubre nada nuevo, es otra muestra más de que existe una responsabilidad compartida. Y un testimonio irrefutable de que hay esperanza más allá de la que se empeñan en mostrarnos.

 

Centro de Relajación Torrevieja. Foto Vía-Arquitectura

<<Esta  fotografía de lo que debía haber sido el Centro de Relajación en Torrevieja, diseñado por Toyo Ito, es el retrato perfecto de un fracaso: el fin vergonzoso de un ciclo de desaforada diatriba neoliberal que dio comienzo con la caída del muro de Berlín y que ha acabado abruptamente, cuando el colapso económico ha impuesto su cierre definitivo. Un ciclo cuyos latentes signos de agotamiento han sido ignorados durante mucho tiempo y en el que la arquitectura ha estado languideciendo, pese a las apariciones, en su propia precariedad propositiva y volubilidad ideológica.

La imagen de degradación y podredumbre de algo que inicialmente fue concebido como una estructura de sofisticada vanguardia resulta una poderosa expresión de la materia de la que estaba hecho el poder de los arquitectos-estrella que, borrachos de ambición, pervirtieron su propia identidad y sus convicciones sobre la arquitectura para ponerse al servicio de la sociedad de consumo convirtiéndose en productores de objetos: una generación de arquitectos que hizo mal uso de la globalización, o la comprendió mal, y que quisieron, mediante sus edificios, homogeneizar el mundo para apropiárselo como su campo de acción.

Esta deriva hacia la espectacularización desenfrenada y la obsesión por la omnipresencia transformaron a buenos y muy buenos arquitectos en una parodia de sí mismos. Sus edificios se convirtieron en banales ejercicios de diseño mientras ellos perdían la credibilidad a cambio de fama, y legaban caprichos descartables, amasijos de ruinas prematuras, materiales y conceptuales. Edificios abandonados antes de ser concluidos o inútiles edificios construidos, cuya fallida existencia debiera obligar a una profunda reflexión y severa autocrítica sobre esta alianza de la arquitectura con la mera vanidad, el poder y la corrupción a los que los arquitectos ofrecieron vasallaje para ser recompensados obteniendo regocijo para sus egos.

Recientemente Toyo Ito afirmaba: “La arquitectura contemporánea se ha convertido en una herramienta para visualizar capital en una economía global. Debemos ser libres para usar la arquitectura como herramienta: debemos reconsiderar lo que la arquitectura debiera ser”. Cabe preguntarse si esa meditación ha surgido frente a esta misma imagen, reflejo de un presente inconcluso, en el que muchos arquitectos han olvidado al individuo y la sociedad. Un periodo cuya euforia algunos –menos reflexivos que Ito- se obstinan en eternizar en nuevos enclaves, y durante el que España fue suelo para la construcción de espejismos que hoy no son más que restos de un naufragio.>>

Fredy Massad