Los recuerdos se nutren de imágenes que la retina acumula día tras día y que el cerebro clasifica. Más o menos organizadamente. Depende del grado de abstracción del que contempla y del nivel de claridad de lo que se observa.
No recuerdo exactamente cuándo vi por primera vez la portada de ese libro pero reconozco que no le presté demasiada atención, no sé si porque en general la comparación del presente y del pasado no son objeto de mi devoción o porque no comprendí realmente la imagen en ese contexto. El hecho es que, desde entonces ha aparecido frente a mí en multitud de ocasiones. Desde las estanterías de La Casa del Libro, a las de Proteo, Luces, Rayuela o la Biblioteca Cánovas y siempre en un lugar preferente. A raíz de la exposición que visité en la Sala del Rectorado de la Universidad en el Paseo del Parque el pasado año (http://albumina.cti.uma.es/fotos/estudio-bienvenido-arenas/), decidí un buen día cogerlo y hojearlo. Era en efecto el catálogo de otra exposición similar que el mismo Rectorado organizó en el año 2007 con fondos de los archivos fotográficos “Málaga. Una visión Panorámica: de Thomas a Roisin” cuya fotografía de portada, que no acierto a saber si tomó uno u otro de los artistas, representaba, y representa -pues el libro sigue en circulación- una perspectiva urbana en la que mulos cargados de aperos, transeúntes y comerciantes se desplazan por una calle entre la que se parece distinguir , adosadas unas a otras, estructuras de madera  con uso comercial.
En efecto, el cerebro cataloga y almacena lo que estima conveniente. Hasta ese mismo momento no me había percatado de que la perspectiva que ofrecía la imagen me era tan familiar y cercana: la curva del Pasillo de Santa Isabel hacia la calle Carretería y, apenas distinguible, la escalinata de la actual Tribuna de los Pobres. Tras ellos se divisaba el Guadalmedina, tan poco río como ahora, y más allá el Convento de la Aurora y la iglesia de San Pablo.
En ese ejercicio innecesario pero inevitable de recomponer la fotografía a la actualidad quise creer que la perspectiva mostraba la Rive Gauche de París con sus encantadores puestos de libros junto al Sena o la Cuesta de Moyano de Madrid. Si bien los locales de la portada del libro parecían servir a fines muy distintos de los culturales que yo figuraba, reconozco que hace días que cada vez que paso por ese lugar imagino cuán distinto podría ser. ¿Habría caido esa imagen en las manos de alguno de los equipos que participa en el concurso del Guadalmedina? ¿habrán imaginado esas manos una cuesta de moyano similar en alguno de los cuatro kilómetros de fachada urbana del Guadalmedina?
¿Cómo es que a excepción de un solitario puesto de lotería no quedan más recuerdos de esa actividad comercial?
En la actualidad, el ritmo acelerado de la ciudad le impide escribir con esmero su historia urbana: genera y degenera más rápido que la gente que la habita. Vemos si no qué sucede cuando las excavadoras laminan sin complejos montañas y valles para componer nuevas topografías absolutamente desconocidas (los Altos del Limonar son un buen ejemplo de ello).
En ocasiones, la arquitectura debe articular y rellenar ese vacío narrativo definiendo una fuerza motriz suficiente para, sin obviar esa realidad, reescribir nuevas claves capaces de generar también nuevas actividades.
Hacemos y deshacemos continuamente intentando devolver la autenticidad a nuestro entorno más familiar obviando aquello que vamos dejando en el camino.
Poniendo como ejemplo los espacios exteriores de la Alcazaba, que fue hasta tiempos recientes un lugar totalmente colonizado por viviendas que llegaron incluso a ocupar la antigua fortaleza hasta hacerla casi irreconocible.
La intervención que se hizo sobre la antigua Coracha marítima a principios de la pasada década, en realidad un barrio de casas que se asentaba en la ladera sur hasta toparse con la explanada del parque, venía a reestructurar lo que el túnel de la alcazaba había cercenado. El problema parte de que en esa restitución se obvió el tiempo transcurrido y los avatares ocurridos desde que la Coracha fue defensiva hasta que se convirtió en un barrio popular: la actuación sobre ese vestigio habitado de la Alcazaba extendió el tratamiento paisajístico de la ladera interviniendo mediante una actuación en bancales de imponente presencia urbana y que nunca ha terminado de ser decididamente ciudadano. El paseo de la coracha desligó aún más si cabe a la ciudad portuaria del antiguo monumento musulmán enfatizando esa idea decimonónica del monumento para ser contemplado. La propuesta se extendió hacia el lado norte de la colina para tratar la otra embocadura del túnel que la atraviesa y restar dramatismo a la imagen de travesía urbana que exhibía tras las obras. Para ello se habilitaron una seria de caminos, más orgánicos y naturales que enlazaban la Cuesta de la Coracha con el antiguo Camino de Mundo Nuevo para desde allí descender por la ladera y encontrarse con las medianeras de Alcazabilla.
Hacer y deshacer. Mientras la ladera sur es incorporada lentamente al imaginario colectivo, ayudada por el “calzador” siempre útil del uso intensivo que los turistas hacen del paseo en las mañanas soleadas -cuando subir a Gibralfaro depara una travesía agotadora pero inexcusable de la ciudad-, la ladera norte ha sido objeto de una reciente reinterpretación de reforma y rehabilitación de la ladera para favorecer su integración urbana y natural e introducir la colina de Gibralfaro como pulmón verde hasta los mismos pies del teatro romano.
Y observo la ladera norte de la alcazaba, desde el primer cinturón de murallas y sobre el graderío del teatro romano, repasando las preciosas imágenes que la revista paisea muestra en su número de este mes (#20. Paisajes Culturales http://www.paisea.com/revista-paisea/020-paisajes-culturales/). Sucede que precisamente en el entorno de esa intervención, sobre el teatro romano, existía una Biblioteca Provincial que fue construida en 1954 sobre el propio edificio clásico para ser demolida posteriormente en 1995 y recuperar Alcazabilla como lo que pretendía ser, un eje de vital importancia para el patrimonio y la memoria histórica de la ciudad (nuevamente deshacer para luego rehacer). La memoria cita: el proyecto de “Accesos y Rehabilitación Paisajística de la Ladera” pretende subsanar los problemas derivados de la degradación del entorno monumental, causadas por obras de infraestructuras varias y usos marginales. Junto a las infraestructuras varias y usos marginales de una ladera olvidada y mal entendida existía precisamente una intervención reciente (la que antes se mencionó) que sobre la embocadura norte del túnel planteaba algo que esta nueva intervención ha borrado (nuevamente, hacer y deshacer).

Observando como digo las bellísimas imágenes de Paisea (visibles también en la propia página del autor del proyecto) no puedo más que sustraerme a la ilusión de recorrer lo antes posible ese entorno, pasear junto a la muralla de la Alcazaba precisamente para poder tocarla y sentir que está realmente ahí. Sin embargo, observando detenidamente las imágenes me doy cuenta de que una de ellas muestra precisamente aún el cartel y las casetas de obra que a día de hoy permanecen ahí. En ningún lugar especifica si las obras realizadas pertenecen a una actuación integral y única o está realizada por fases. Sería una lástima que el cuidado puesto en el detalle y la integración paisajística ofrecida en esas fisuras de acero corten o en la conexión de los caminos con las antiguas trazas murarias no tuviesen continuidad en un mejor diseño de la entrada al túnel, del propio túnel, de la plaza que se extiende frente a él o del tratamiento vegetal de la ladera -que por otro lado no termina de adaptarse a su nuevo destino-
Quizás pueda invertirse el proceso y hacer para continuar haciendo.

Los recuerdos se nutren de imágenes que la retina acumula día tras día y que el cerebro clasifica. Más o menos organizadamente. Depende del grado de abstracción del que contempla y del nivel de claridad de lo que se observa.
No recuerdo exactamente cuándo vi por primera vez la portada de ese libro pero reconozco que no le presté demasiada atención, no sé si porque en general la comparación del presente y del pasado no son objeto de mi devoción o porque no comprendí realmente la imagen en ese contexto. El hecho es que, desde entonces ha aparecido frente a mí en multitud de ocasiones. Desde las estanterías de La Casa del Libro, a las de Proteo, Luces, Rayuela o la Biblioteca Cánovas y siempre en un lugar preferente. A raíz de la exposición que visité en la Sala del Rectorado de la Universidad en el Paseo del Parque el pasado año (http://albumina.cti.uma.es/fotos/estudio-bienvenido-arenas/), decidí un buen día cogerlo y hojearlo. Era en efecto el catálogo de otra exposición similar que el mismo Rectorado organizó en el año 2007 con fondos de los archivos fotográficos “Málaga. Una visión Panorámica: de Thomas a Roisin” cuya fotografía de portada, que no acierto a saber si tomó uno u otro de los artistas, representaba, y representa -pues el libro sigue en circulación- una perspectiva urbana en la que mulos cargados de aperos, transeúntes y comerciantes se desplazan por una calle entre la que se parece distinguir , adosadas unas a otras, estructuras de madera  con uso comercial.
En efecto, el cerebro cataloga y almacena lo que estima conveniente. Hasta ese mismo momento no me había percatado de que la perspectiva que ofrecía la imagen me era tan familiar y cercana: la curva del Pasillo de Santa Isabel hacia la calle Carretería y, apenas distinguible, la escalinata de la actual Tribuna de los Pobres. Tras ellos se divisaba el Guadalmedina, tan poco río como ahora, y más allá el Convento de la Aurora y la iglesia de San Pablo.
En ese ejercicio innecesario pero inevitable de recomponer la fotografía a la actualidad quise creer que la perspectiva mostraba la Rive Gauche de París con sus encantadores puestos de libros junto al Sena o la Cuesta de Moyano de Madrid. Si bien los locales de la portada del libro parecían servir a fines muy distintos de los culturales que yo figuraba, reconozco que hace días que cada vez que paso por ese lugar imagino cuán distinto podría ser. ¿Habría caido esa imagen en las manos de alguno de los equipos que participa en el concurso del Guadalmedina? ¿habrán imaginado esas manos una cuesta de moyano similar en alguno de los cuatro kilómetros de fachada urbana del Guadalmedina?
¿Cómo es que a excepción de un solitario puesto de lotería no quedan más recuerdos de esa actividad comercial?
En la actualidad, el ritmo acelerado de la ciudad le impide escribir con esmero su historia urbana: genera y degenera más rápido que la gente que la habita. Vemos si no qué sucede cuando las excavadoras laminan sin complejos montañas y valles para componer nuevas topografías absolutamente desconocidas (los Altos del Limonar son un buen ejemplo de ello).
En ocasiones, la arquitectura debe articular y rellenar ese vacío narrativo definiendo una fuerza motriz suficiente para, sin obviar esa realidad, reescribir nuevas claves capaces de generar también nuevas actividades.
Hacemos y deshacemos continuamente intentando devolver la autenticidad a nuestro entorno más familiar obviando aquello que vamos dejando en el camino.
Poniendo como ejemplo los espacios exteriores de la Alcazaba, que fue hasta tiempos recientes un lugar totalmente colonizado por viviendas que llegaron incluso a ocupar la antigua fortaleza hasta hacerla casi irreconocible.
La intervención que se hizo sobre la antigua Coracha marítima a principios de la pasada década, en realidad un barrio de casas que se asentaba en la ladera sur hasta toparse con la explanada del parque, venía a reestructurar lo que el túnel de la alcazaba había cercenado. El problema parte de que en esa restitución se obvió el tiempo transcurrido y los avatares ocurridos desde que la Coracha fue defensiva hasta que se convirtió en un barrio popular: la actuación sobre ese vestigio habitado de la Alcazaba extendió el tratamiento paisajístico de la ladera interviniendo mediante una actuación en bancales de imponente presencia urbana y que nunca ha terminado de ser decididamente ciudadano. El paseo de la coracha desligó aún más si cabe a la ciudad portuaria del antiguo monumento musulmán enfatizando esa idea decimonónica del monumento para ser contemplado. La propuesta se extendió hacia el lado norte de la colina para tratar la otra embocadura del túnel que la atraviesa y restar dramatismo a la imagen de travesía urbana que exhibía tras las obras. Para ello se habilitaron una seria de caminos, más orgánicos y naturales que enlazaban la Cuesta de la Coracha con el antiguo Camino de Mundo Nuevo para desde allí descender por la ladera y encontrarse con las medianeras de Alcazabilla.
Hacer y deshacer. Mientras la ladera sur es incorporada lentamente al imaginario colectivo, ayudada por el “calzador” siempre útil del uso intensivo que los turistas hacen del paseo en las mañanas soleadas -cuando subir a Gibralfaro depara una travesía agotadora pero inexcusable de la ciudad-, la ladera norte ha sido objeto de una reciente reinterpretación de reforma y rehabilitación de la ladera para favorecer su integración urbana y natural e introducir la colina de Gibralfaro como pulmón verde hasta los mismos pies del teatro romano.
Y observo la ladera norte de la alcazaba, desde el primer cinturón de murallas y sobre el graderío del teatro romano, repasando las preciosas imágenes que la revista paisea muestra en su número de este mes (#20. Paisajes Culturales http://www.paisea.com/revista-paisea/020-paisajes-culturales/). Sucede que precisamente en el entorno de esa intervención, sobre el teatro romano, existía una Biblioteca Provincial que fue construida en 1954 sobre el propio edificio clásico para ser demolida posteriormente en 1995 y recuperar Alcazabilla como lo que pretendía ser, un eje de vital importancia para el patrimonio y la memoria histórica de la ciudad (nuevamente deshacer para luego rehacer). La memoria cita: el proyecto de “Accesos y Rehabilitación Paisajística de la Ladera” pretende subsanar los problemas derivados de la degradación del entorno monumental, causadas por obras de infraestructuras varias y usos marginales. Junto a las infraestructuras varias y usos marginales de una ladera olvidada y mal entendida existía precisamente una intervención reciente (la que antes se mencionó) que sobre la embocadura norte del túnel planteaba algo que esta nueva intervención ha borrado (nuevamente, hacer y deshacer).

Observando como digo las bellísimas imágenes de Paisea (visibles también en la propia página del autor del proyecto) no puedo más que sustraerme a la ilusión de recorrer lo antes posible ese entorno, pasear junto a la muralla de la Alcazaba precisamente para poder tocarla y sentir que está realmente ahí. Sin embargo, observando detenidamente las imágenes me doy cuenta de que una de ellas muestra precisamente aún el cartel y las casetas de obra que a día de hoy permanecen ahí. En ningún lugar especifica si las obras realizadas pertenecen a una actuación integral y única o está realizada por fases. Sería una lástima que el cuidado puesto en el detalle y la integración paisajística ofrecida en esas fisuras de acero corten o en la conexión de los caminos con las antiguas trazas murarias no tuviesen continuidad en un mejor diseño de la entrada al túnel, del propio túnel, de la plaza que se extiende frente a él o del tratamiento vegetal de la ladera -que por otro lado no termina de adaptarse a su nuevo destino-
Quizás pueda invertirse el proceso y hacer para continuar haciendo.