Rodear es humano, sobre todo cuando no se es capaz de afrontar la resolución de un problema. Así sucede cuando no sabemos cómo disculparnos por ese error que cometimos o desconocemos la raíz del dilema que nos atormenta y al que sólo abordamos de forma tangencial.

Las circunstancias cambian cuando pensando en que  conocemos su raíz, lo circundamos, esquivándolo, evidenciando que seguramente al problema le bordea otra multitud de pequeños problemitas. La plaza de la Merced debe ser uno de estos últimos porque tras una reciente rehabilitación -respetuosa con las preexistencias y poco atrevida a la hora de replantear cuál era la plaza del siglo XXI que la ciudad requería- se le sigue dando vueltas a fin de averiguar por qué se invirtió una cantidad de dinero en rehabilitarla cuando, a fin de cuentas, todo sigue tal cual estaba. Tal cual pero nuevo.

Una plaza es un vacío en una trama urbana que no está sino definido -desde su visión más ortodoxa- por los llenos –los edificios- que delimitan su geometría. A excepción de algunos deshonrosos ejemplos, la plaza se muestra muy similar a como era hace un siglo. La vista se ha acostumbrado a lidiar con el edificio de los cines Astoria y Victoria –que ocupan todo un lateral- y el horrendo edificio ‘Pertika’ que en una de esas actuaciones de los años 60 –duele pensar que en una época relativamente reciente se hiciesen áun estas barbaridades más  lógicas de una sociedad no civilizada- ocupo el solar de la antigua iglesia que daba nombre a la plaza en el ángulo más cercano a la casa natal de  nuestro pintor más internacional.

A fuerza de repetir lo inadecuado que es el edificio de los cines para el entorno de la Merced, y lo molesto que resulta estar observando su estructura fantasmal, muchos de nosotros llegamos a entrar en la plaza sin apenas percatarnos de su presencia, como ese personaje inoportuno que aparece en una fiesta y al que nos empeñamos en obviar.

El problema de la plaza nonuestro agradecimiento a malagafotoblog son desde luego las decenas de jardineras que delimitan el vial rodado y peatonal y obstruyen la visión limpia de la valla de cierre de su espacio central. Tampoco es que la nivelación de la plaza en la fachada de las casas de campos haya dejado el muro en un elemento ridículo y meramente testimonial que no separa nada ni sirve siquiera a su función de banco dada su reducida altura. Tampoco lo es la insuficiente iluminación, directa o indirecta que no potencia la belleza nocturna de la plaza ni la envergadura de sus ejemplares arbóreos o de sus elementos monumentales. Ni que desaparecieran sus quioscos. Ni el palomar que a modo de testigo sentimental aún se mantenía en una esquina. No son desde luego ninguna de estas las razones. Desde luego, la calidad de los materiales empleados le proporcionará una merecida longevidad. La suficiente para que la propia plaza, como ente urbano, se reacomode a su nueva situación y comience a reclamar lo que considera de pleno derecho.

Se ha criticado que la mejora de la plaza no abordase un plan más ambicioso territorialmente, que fuese capaz de englobar  y conectarse con las piezas urbanas que definen este área de la ciudad histórica: los citados cines Astoria y Victoria, el Andalucía, la ladera de la Alcazaba y el túnel que la atraviesa, la calle Alcazabilla, el barrio de la Victoria y Lagunillas o el mercado de la Merced. ¿Es entonces una oportunidad perdida? ¡Desde luego que no! Si bien puede ser cierto que la intervención podría haber sido más audaz, también lo es que su respeto por las preexistencias y su amabilidad al introducirse en el espacio preliminar, permite su adaptación a los cambios que le infrija su entorno.

No obstante, la manzana del Astoria-Victoria sigue centrando la atención y también restando sueño a muchos dado que su dimensión y su posición preeminente incrementa aún más su carácter de elemento no resuelto.

¿Por qué esa reticencia a convocar un Concurso de libre acceso al que equipos suficientemente solventes a nivel profesional –la edad no limita la capacidad creativa, al contrario, quizás desprejuicia- puedan optar a presentar soluciones desde una perspectiva sostenible, ávida, ambiciosa y económicamente abordable? El discurso para ver qué se hace con este edificio no debe comenzar por el ‘se elimina o no’. Es necesario partir de unas premisas que se alejen de la necesidad de enmascarar o maquillar una situación –la actual- que no satisface a nadie –esta fachada de la plaza es lamentable desde luego- pero que no pequen de hacer algo con prisas justificándose en que aprovechar que algún interesado se acerca con un exagerado interés mercantil sino en que hay que hacer algo barajando con maestría todos los parámetros que rigen ese lugar.

Y un Concurso de Ideas bien sería la solución.

«Plaza de la Merced», de María Victoria Atencia (España, 1931)

En el vidrio empañado del otoño recorta
sabiamente la mano de un niño el obelisco
a cuyo alrededor se dispersa la plaza.
Hace frío. Hace sólo humedad. Y se evade
una paloma en vuelo desde el balcón a un árbol.
Abre el niño sus ojos a la paloma, negros
frente a la escarcha, y queda guardando en los bolsillos
de su babero a rayas un trigo de reclamo.»El Hueco. Plaza de la Merced». Tusquets Ed, Barcelona, 2002. Aut: María Victoria Atencia.
Nota: según la wikipedia, Un concurso o certamen es una reunión planificada y organizada de actores de capacidad potencial mínima necesaria para el logro de determinados objetivos dentro de un servicio, tarea, función o acción, con el objeto de ser sometidos a una selección específica que suele realizar una institución colegiada denominada jurado; habitualmente bajo la forma de ordenación en función de sus méritos y capacidades, que demuestran mediante pruebas, por un baremo que puntúa su currículo (o su propuesta) o por sistemas mixtos.

 

Rodear es humano, sobre todo cuando no se es capaz de afrontar la resolución de un problema. Así sucede cuando no sabemos cómo disculparnos por ese error que cometimos o desconocemos la raíz del dilema que nos atormenta y al que sólo abordamos de forma tangencial.

Las circunstancias cambian cuando pensando en que  conocemos su raíz, lo circundamos, esquivándolo, evidenciando que seguramente al problema le bordea otra multitud de pequeños problemitas. La plaza de la Merced debe ser uno de estos últimos porque tras una reciente rehabilitación -respetuosa con las preexistencias y poco atrevida a la hora de replantear cuál era la plaza del siglo XXI que la ciudad requería- se le sigue dando vueltas a fin de averiguar por qué se invirtió una cantidad de dinero en rehabilitarla cuando, a fin de cuentas, todo sigue tal cual estaba. Tal cual pero nuevo.

Una plaza es un vacío en una trama urbana que no está sino definido -desde su visión más ortodoxa- por los llenos –los edificios- que delimitan su geometría. A excepción de algunos deshonrosos ejemplos, la plaza se muestra muy similar a como era hace un siglo. La vista se ha acostumbrado a lidiar con el edificio de los cines Astoria y Victoria –que ocupan todo un lateral- y el horrendo edificio ‘Pertika’ que en una de esas actuaciones de los años 60 –duele pensar que en una época relativamente reciente se hiciesen áun estas barbaridades más  lógicas de una sociedad no civilizada- ocupo el solar de la antigua iglesia que daba nombre a la plaza en el ángulo más cercano a la casa natal de  nuestro pintor más internacional.

A fuerza de repetir lo inadecuado que es el edificio de los cines para el entorno de la Merced, y lo molesto que resulta estar observando su estructura fantasmal, muchos de nosotros llegamos a entrar en la plaza sin apenas percatarnos de su presencia, como ese personaje inoportuno que aparece en una fiesta y al que nos empeñamos en obviar.

El problema de la plaza nonuestro agradecimiento a malagafotoblog son desde luego las decenas de jardineras que delimitan el vial rodado y peatonal y obstruyen la visión limpia de la valla de cierre de su espacio central. Tampoco es que la nivelación de la plaza en la fachada de las casas de campos haya dejado el muro en un elemento ridículo y meramente testimonial que no separa nada ni sirve siquiera a su función de banco dada su reducida altura. Tampoco lo es la insuficiente iluminación, directa o indirecta que no potencia la belleza nocturna de la plaza ni la envergadura de sus ejemplares arbóreos o de sus elementos monumentales. Ni que desaparecieran sus quioscos. Ni el palomar que a modo de testigo sentimental aún se mantenía en una esquina. No son desde luego ninguna de estas las razones. Desde luego, la calidad de los materiales empleados le proporcionará una merecida longevidad. La suficiente para que la propia plaza, como ente urbano, se reacomode a su nueva situación y comience a reclamar lo que considera de pleno derecho.

Se ha criticado que la mejora de la plaza no abordase un plan más ambicioso territorialmente, que fuese capaz de englobar  y conectarse con las piezas urbanas que definen este área de la ciudad histórica: los citados cines Astoria y Victoria, el Andalucía, la ladera de la Alcazaba y el túnel que la atraviesa, la calle Alcazabilla, el barrio de la Victoria y Lagunillas o el mercado de la Merced. ¿Es entonces una oportunidad perdida? ¡Desde luego que no! Si bien puede ser cierto que la intervención podría haber sido más audaz, también lo es que su respeto por las preexistencias y su amabilidad al introducirse en el espacio preliminar, permite su adaptación a los cambios que le infrija su entorno.

No obstante, la manzana del Astoria-Victoria sigue centrando la atención y también restando sueño a muchos dado que su dimensión y su posición preeminente incrementa aún más su carácter de elemento no resuelto.

¿Por qué esa reticencia a convocar un Concurso de libre acceso al que equipos suficientemente solventes a nivel profesional –la edad no limita la capacidad creativa, al contrario, quizás desprejuicia- puedan optar a presentar soluciones desde una perspectiva sostenible, ávida, ambiciosa y económicamente abordable? El discurso para ver qué se hace con este edificio no debe comenzar por el ‘se elimina o no’. Es necesario partir de unas premisas que se alejen de la necesidad de enmascarar o maquillar una situación –la actual- que no satisface a nadie –esta fachada de la plaza es lamentable desde luego- pero que no pequen de hacer algo con prisas justificándose en que aprovechar que algún interesado se acerca con un exagerado interés mercantil sino en que hay que hacer algo barajando con maestría todos los parámetros que rigen ese lugar.

Y un Concurso de Ideas bien sería la solución.

«Plaza de la Merced», de María Victoria Atencia (España, 1931)

En el vidrio empañado del otoño recorta
sabiamente la mano de un niño el obelisco
a cuyo alrededor se dispersa la plaza.
Hace frío. Hace sólo humedad. Y se evade
una paloma en vuelo desde el balcón a un árbol.
Abre el niño sus ojos a la paloma, negros
frente a la escarcha, y queda guardando en los bolsillos
de su babero a rayas un trigo de reclamo.»El Hueco. Plaza de la Merced». Tusquets Ed, Barcelona, 2002. Aut: María Victoria Atencia.
Nota: según la wikipedia, Un concurso o certamen es una reunión planificada y organizada de actores de capacidad potencial mínima necesaria para el logro de determinados objetivos dentro de un servicio, tarea, función o acción, con el objeto de ser sometidos a una selección específica que suele realizar una institución colegiada denominada jurado; habitualmente bajo la forma de ordenación en función de sus méritos y capacidades, que demuestran mediante pruebas, por un baremo que puntúa su currículo (o su propuesta) o por sistemas mixtos.