Que el nuevo puerto de Málaga es todo un éxito no deja lugar a dudas, aún más teniendo en cuenta que se ha dado durante el pasado puente un fenómeno hasta ahora inédito en fechas no cruciales: el atasco peatonal.

Si bien hace unos días, los medios informativos se hacían eco de la alta afluencia de visitantes en el centro de Madrid, que por el puente de la Constitución-Inmaculada suele convertirse en el destino preferido para los turistas nacionales (y extranjeros), la alta concentración de personas en los dos accesos existentes hasta el momento a los recuperados muelles de la zona más histórica del puerto: Paseos de la Farola y de los Curas (o Palmeral de las Sorpresas y muelleuno como ahora se insiste en denominarlos) es un indicador de que Madrid estaba más cerca de Málaga que nunca, quizás gracias al AVE; y también de que algo por fin marcha bien. O distinto. Porque así es, si el ciudadano responde más allá del tercer día y visita con interés un espacio recién abierto hay algo más. Las críticas negativas se circunscriben a los primeros días después de su apertura. Al fin y al cabo, por mucho que a veces nos duela, el ciudadano es el juez y a pesar de que existan intereses diversos por reorientar sus gustos, lo que verdaderamente importa es lo que el ciudadano opina de su ciudad.

Como ciudadano que soy y sin entrar en aspectos creativos o técnicos, la situación actual del muelleuno, aún en obras en sus extremos, viene a corroborar que el tiempo sitúa las cosas en su justo lugar. Si hace unos días el gran problema de la ciudad era la apertura de los muelles con operarios aún trabajando y la ausencia de licencias en firme, hoy, el problema no está ahí o en tal caso no existe.

La trayectoria vital de los planes redactados para la integración del puerto en la ciudad es una larga historia que no interesa sacar a colación, por hartazgo o porque ya es el momento de comenzar a celebrar algo. El largo tiempo transcurrido desde que se dieron los primeros pasos para incorporar este privilegiado espacio a la ciudad ha dado como fruto que a día de hoy el puerto ciudadano sea una realidad. Si hace unos meses la borrasca se cernía sobre qué solución buscarle a la denominada ‘esquina de oro’ o sobre la eliminación de la verja que separa (y sigue separando) el Paseo de los Curas del Palmeral o el gran cubo de cristal que finalmente emerge de la citada esquina, hoy el debate no está, o en tal caso se mantiene pero en esferas más privadas. Porque al fin y al cabo, lo que no trasciende a los medios informativos no existe.

 

¿Se han solucionado entonces los accesos al puerto?¿Se ha eliminado la verja que separa el renovado Palmeral del Paseo del Parque?¿Se conoce exactamente el diseño que tendrá el encuentro entre ambos muelles o el uso final que tendrá el cubo de cristal?

Personalmente a mí el resultado me satisface. Como ciudadano digo, sin entrar en criterios más profesionales. Me es suficiente con poder pasear junto al mar o sentarme en uno de los bancos del paseo para contemplar con atención ese paisaje que plano a plano se revela ante a mí: el mar, el Palmeral, el parque, la catedral, la colina de Alcazaba-Gibralfaro…

He desarrollado últimamente la costumbre de leer con detenimiento las opiniones que los lectores hacen en las publicaciones digitales de los diarios de mayor tirada. Las hay de todos tipos, pero entre todas ellas siempre destaca alguna que me llama particularmente la atención. En relación al puerto existe una reiteración constante e insistente: ¿es el puerto realmente accesible?

Cuando lo visité por primera vez hace un par de semanas observé los tipos de pavimentos que se han empleado en la obra: adoquines de granito, soleras de hormigón desactivado, losas de granito gran formato, y en particular en la franja de solería que adosada a las fachadas de los locales comerciales dibuja por completo su perfil; desde su inauguración se encuentra en algunos tramos ocupada completamente por las terrazas de los locales de hostelería. Es decir, la franja de pavimento que permite el tránsito a los colectivos de personas con movilidad reducida: personas en silla de ruedas, ancianos, embarazadas, tú con un carrito de la compra o yo con un cochecito de bebé, tenemos impedido el paso por un descuido en el diseño. Porque la existencia de terrazas aún en el momento del proyecto era un hecho.

¿Es menos importante entonces este escollo inaccesible que los otros interrogantes antes propuestos? ¿Cuántos medios han recogido en sus páginas este desliz? El diseño y la tecnología deben ir por supuesto de la mano con parámetros accesibles, para qué sirve entonces si no un espacio bien diseñado si se nos impide acceder a él o transitarlo.

La insistente demanda ha dado sus frutos y parece que antes de la finalización de las obras se está procediendo a la regularización de los pavimentos, pero esta demanda también es delatora de otra realidad ¿atiende realmente la ciudad a las necesidades de sus ciudadanos?

Durante los seis últimos meses el debate ciudadano se ha centrado en dos o como mucho tres obras prioritarias para la ciudad: la renovación de la plaza de la Merced y la mencionada reforma del puerto, ¿pero qué hay entonces de esas otras necesidades que pueden oírse en la calle o leerse en periódicos, publicaciones, blogs o redes sociales?

Y es que por ahí se comenta que somos con diferencia una de las ciudades con menos espacios verdes por habitante de Europa según la OMS, que nos faltan espacios públicos de escala más doméstica en nuestros barrios, que el coche se ha convertido en un elemento incómodo en muchos barrios ocupando zonas verdes, aceras y todo lo que se le ponga por delante, que el Metro cuando se inaugure aún no llegará al centro de la ciudad y que la zona este ni siquiera lo olerá, que nuestras playas continúan demasiado sucias a pesar de qualificaciones varias, que los Baños del Carmen siguen hundiéndose en la más absoluta desidia o que el río Guadalmedina tendrá un fantástico proyecto en el papel que seguramente jamás llegue a ejecutarse.

Qué sucede entonces con la vertiente norte de la ladera de la Alcazaba que aún sigue cerrada al público, o con Gibralfaro que espera el momento en el que sea reivindicado como verdadero pulmón verde de la ciudad. O con la Alameda que mientras no se abra en canal para acoger la futura línea de metro no será incorporada a nuestro ideario como el Salón urbano que fue y no como apeadero de autobuses que es lo que es ahora.

En la mayoría de ocasiones no es necesario realizar inversiones multimillonarias para dotar de calidad a un determinado entorno. A veces es suficiente con escarbar, ordenar y limpiar aquí y allá para descubrir lo que ese entorno encierra en sí mismo. Agua, piedra y paisaje es al fin y al cabo el puerto que teníamos. Aunque eso existiese ya y necesitase de una acción de limpieza y orden para eliminar todos los añadidos que ocultaban esa visión.

 

A veces es tan sencillo como sentarse y observar.

O escuchar en la cola del súper.

Que el nuevo puerto de Málaga es todo un éxito no deja lugar a dudas, aún más teniendo en cuenta que se ha dado durante el pasado puente un fenómeno hasta ahora inédito en fechas no cruciales: el atasco peatonal.

Si bien hace unos días, los medios informativos se hacían eco de la alta afluencia de visitantes en el centro de Madrid, que por el puente de la Constitución-Inmaculada suele convertirse en el destino preferido para los turistas nacionales (y extranjeros), la alta concentración de personas en los dos accesos existentes hasta el momento a los recuperados muelles de la zona más histórica del puerto: Paseos de la Farola y de los Curas (o Palmeral de las Sorpresas y muelleuno como ahora se insiste en denominarlos) es un indicador de que Madrid estaba más cerca de Málaga que nunca, quizás gracias al AVE; y también de que algo por fin marcha bien. O distinto. Porque así es, si el ciudadano responde más allá del tercer día y visita con interés un espacio recién abierto hay algo más. Las críticas negativas se circunscriben a los primeros días después de su apertura. Al fin y al cabo, por mucho que a veces nos duela, el ciudadano es el juez y a pesar de que existan intereses diversos por reorientar sus gustos, lo que verdaderamente importa es lo que el ciudadano opina de su ciudad.

Como ciudadano que soy y sin entrar en aspectos creativos o técnicos, la situación actual del muelleuno, aún en obras en sus extremos, viene a corroborar que el tiempo sitúa las cosas en su justo lugar. Si hace unos días el gran problema de la ciudad era la apertura de los muelles con operarios aún trabajando y la ausencia de licencias en firme, hoy, el problema no está ahí o en tal caso no existe.

La trayectoria vital de los planes redactados para la integración del puerto en la ciudad es una larga historia que no interesa sacar a colación, por hartazgo o porque ya es el momento de comenzar a celebrar algo. El largo tiempo transcurrido desde que se dieron los primeros pasos para incorporar este privilegiado espacio a la ciudad ha dado como fruto que a día de hoy el puerto ciudadano sea una realidad. Si hace unos meses la borrasca se cernía sobre qué solución buscarle a la denominada ‘esquina de oro’ o sobre la eliminación de la verja que separa (y sigue separando) el Paseo de los Curas del Palmeral o el gran cubo de cristal que finalmente emerge de la citada esquina, hoy el debate no está, o en tal caso se mantiene pero en esferas más privadas. Porque al fin y al cabo, lo que no trasciende a los medios informativos no existe.

 

¿Se han solucionado entonces los accesos al puerto?¿Se ha eliminado la verja que separa el renovado Palmeral del Paseo del Parque?¿Se conoce exactamente el diseño que tendrá el encuentro entre ambos muelles o el uso final que tendrá el cubo de cristal?

Personalmente a mí el resultado me satisface. Como ciudadano digo, sin entrar en criterios más profesionales. Me es suficiente con poder pasear junto al mar o sentarme en uno de los bancos del paseo para contemplar con atención ese paisaje que plano a plano se revela ante a mí: el mar, el Palmeral, el parque, la catedral, la colina de Alcazaba-Gibralfaro…

He desarrollado últimamente la costumbre de leer con detenimiento las opiniones que los lectores hacen en las publicaciones digitales de los diarios de mayor tirada. Las hay de todos tipos, pero entre todas ellas siempre destaca alguna que me llama particularmente la atención. En relación al puerto existe una reiteración constante e insistente: ¿es el puerto realmente accesible?

Cuando lo visité por primera vez hace un par de semanas observé los tipos de pavimentos que se han empleado en la obra: adoquines de granito, soleras de hormigón desactivado, losas de granito gran formato, y en particular en la franja de solería que adosada a las fachadas de los locales comerciales dibuja por completo su perfil; desde su inauguración se encuentra en algunos tramos ocupada completamente por las terrazas de los locales de hostelería. Es decir, la franja de pavimento que permite el tránsito a los colectivos de personas con movilidad reducida: personas en silla de ruedas, ancianos, embarazadas, tú con un carrito de la compra o yo con un cochecito de bebé, tenemos impedido el paso por un descuido en el diseño. Porque la existencia de terrazas aún en el momento del proyecto era un hecho.

¿Es menos importante entonces este escollo inaccesible que los otros interrogantes antes propuestos? ¿Cuántos medios han recogido en sus páginas este desliz? El diseño y la tecnología deben ir por supuesto de la mano con parámetros accesibles, para qué sirve entonces si no un espacio bien diseñado si se nos impide acceder a él o transitarlo.

La insistente demanda ha dado sus frutos y parece que antes de la finalización de las obras se está procediendo a la regularización de los pavimentos, pero esta demanda también es delatora de otra realidad ¿atiende realmente la ciudad a las necesidades de sus ciudadanos?

Durante los seis últimos meses el debate ciudadano se ha centrado en dos o como mucho tres obras prioritarias para la ciudad: la renovación de la plaza de la Merced y la mencionada reforma del puerto, ¿pero qué hay entonces de esas otras necesidades que pueden oírse en la calle o leerse en periódicos, publicaciones, blogs o redes sociales?

Y es que por ahí se comenta que somos con diferencia una de las ciudades con menos espacios verdes por habitante de Europa según la OMS, que nos faltan espacios públicos de escala más doméstica en nuestros barrios, que el coche se ha convertido en un elemento incómodo en muchos barrios ocupando zonas verdes, aceras y todo lo que se le ponga por delante, que el Metro cuando se inaugure aún no llegará al centro de la ciudad y que la zona este ni siquiera lo olerá, que nuestras playas continúan demasiado sucias a pesar de qualificaciones varias, que los Baños del Carmen siguen hundiéndose en la más absoluta desidia o que el río Guadalmedina tendrá un fantástico proyecto en el papel que seguramente jamás llegue a ejecutarse.

Qué sucede entonces con la vertiente norte de la ladera de la Alcazaba que aún sigue cerrada al público, o con Gibralfaro que espera el momento en el que sea reivindicado como verdadero pulmón verde de la ciudad. O con la Alameda que mientras no se abra en canal para acoger la futura línea de metro no será incorporada a nuestro ideario como el Salón urbano que fue y no como apeadero de autobuses que es lo que es ahora.

En la mayoría de ocasiones no es necesario realizar inversiones multimillonarias para dotar de calidad a un determinado entorno. A veces es suficiente con escarbar, ordenar y limpiar aquí y allá para descubrir lo que ese entorno encierra en sí mismo. Agua, piedra y paisaje es al fin y al cabo el puerto que teníamos. Aunque eso existiese ya y necesitase de una acción de limpieza y orden para eliminar todos los añadidos que ocultaban esa visión.

 

A veces es tan sencillo como sentarse y observar.

O escuchar en la cola del súper.