Camino desde la oficina con ánimo de verano cuando son las diez de la mañana y aún no arrecia el calor sofocante de una jornada que se intuye similar a las últimas: calurosa. Faltan árboles. La Rosaleda (la avenida) no será por el momento ese paseo ribereño que muchos ciudadanos anhelamos desde hace años aunque sí nos obsequie en sus varios kilómetros de recorrido domesticado algunas estampas urbanas que nos sugieren vagamente la relativa facilidad con que hacerlo más amable. Aún por el empeño de algunos en emular al Nilo con obras faraónicas que por su magnitud distan sobremanera de no ser utopías. El Guadalmedina fue, es y deberá seguir siendo río aunque muchos de nosotros ni siquiera identifiquemos su cauce metropolitano con el rumor agitado de sus aguas siempre revueltas.

Nunca he sido partidario de eliminar todo rastro del río embovedándolo ni total ni parcialmente. Aún cuando parecía ser la única solución viable en tiempos de vacas gordas. A pesar de que en los 90, cuando el gobierno municipal desenterró añejos  proyectos de desvío de su cauce y comenzó a emplazar en el imaginario colectivo la idea del río como “cicatriz”, el cauce ha cultivado desde entonces un “mantenido” deterioro. El Guadalmedina no puede ser entendido como “cicatriz” urbana si, según reza en el diccionario de la RAE, definimos cicatriz como la «señal que queda en los tejidos orgánicos después de curada una herida o llaga» o la «impresión que queda en el ánimo por algún sentimiento pasado». Lógico es que no pueda quedar marca alguna de esa herida que nunca ha sido curada. Tal vez nos quede esa misma herida. Desconozco qué tipo de sentimiento pasado puede quedar en el ánimo ciudadano más allá del descreimiento de su posible recuperación.

A principios de los 90, el arquitecto Joan Busquets realizó en colaboración con José Luis Gómez Ordóñez el proyecto de reurbanización del cauce urbano del Guadalmedina (http://www.bau-barcelona.com/studio/projects/detail/idC-42-61-Malaga,%20riverfront%20development%20next%20to%20the%20old%20town), intervención que aglutina una serie de actuaciones que pueden considerarse aciertos aún vigentes a pesar del deterioro mencionado y del prematuro envejecimiento de la obra. Entre ellas la génesis de cuatro nuevos puentes (la pasarela peatonal de Santo Domingo y los mixtos de la Esperanza, del Carmen y de Antonio Machado) junto a la ampliación de uno de ellos (el de Tetuán), la creación de un tramo subterráneo para los vehículos en su margen oeste en la linde con el barrio de la Trinidad y la depresión de la desembocadura del río para que el agua del mar penetrase en este último recreando una lámina de agua navegable que, años después genera más ira que placidez en su contemplación por la dejadez de sus aguas irrespirables.

La reurbanización de los 90 nació sin el suficiente apego a la ciudad. Al ciudadano, porque le costó (sensibilidad y dinero), aún le sigue costando, identificarse con ese río sin agua, duro, falto de naturalidad y de costoso mantenimiento. A la administración porque desde el principio ninguna quiso responsabilizarse de los gastos de su mantenimiento y limpieza. Es injusto no destacar que, a diferencia de otros cauces urbanos reutilizados, el de Málaga no debía dejar de cumplir su función de evacuador de las eventuales aguas torrenciales. Por tanto su destino sigue indisolublemente unido a la presa existente más al norte la cual evita las frecuentes inundaciones que sufrió la ciudad. El nuevo cauce se diseñó prestando la suficiente atención para que en las épocas de lluvia (no abundantes en número pero sí en cantidad) se pudiese evacuar el agua hacia el mar sin causar males mayores.

Alcancé el hotel en el que se había organizado la charla-conferencia que el arquitecto Rafael Moneo ofrecía esa mañana auspiciada por el grupo Joly, en un establecimiento estratégicamente ubicado frente al conjunto de solares que serán objeto de la obra por la que la empresa promotora ha traido al reconocido arquitecto a la capital. Más que su enorme capacidad de convocatoria -el Principe de Asturias de las Artes y el Pritzker son ya una garantía de asistencia para los no relacionados directamente con la profesión, aunque Moneo sea una primera figura desde hace más de 30 años- me llamó la atención la habilidad que posee para renovar su discurso, transmitir su entusiasmo y, sobre todo, crear debate sin imponer criterio.

A pocos días de que se falle el concurso convocado por la fundación CIEDES para dilucidar el futuro del río, Moneo dejó bien claro que la ciudad debe hacer algo con ese gran  ‘vacío’ que es actualmente vertiendo sobre los allí congregados analogías entre la bóveda verde de los inmensos ficus de la Alameda Principal y el tratamiento que podría plantearse para el río.

Ahora es el momento de resolver la profunda dicotomía que padece la ciudad desde hace siglos, empeñada en no resolver con diligencia las diferencias marcadas en sus márgenes. Al igual que Budapest es dos ciudades unidas por el Danubio, Buda y Pest, en Málaga, el río la divide en dos ciudades radicalmente distintas bajo la misma denominación: la Este y la Oeste.

Seguramente el hecho de que hasta los mencionados años 90 en sus algo más de 4,5km de recorrido los puentes que salvasen su cauce no alcanzasen la media docena evidencien que esa necesidad de distanciamento no es cuestión baladí.

Cuando cuestiones como el Auditorio de la explanada de San Andrés, el gran parque de los terrenos de Repsol, el de San Rafael, la urbanización del sector de Bellavista y el amplio Bulevar sobre las vías del tren, la mejora de la Avenida de Velázquez, la reutilización fallida de la Fábrica de Tabacos y otros tantos proyectos de la ciudad oeste duermen el sueño de los justos, recuperar el vacío cauce del Guadalmedina sería útil para transmitir parte de ese optimismo que poco a poco recupera la ciudad histórica, la del paraíso, la del puerto, la de las colinas, hacia ese occidente urbano tan tocado.

Seguiremos atentos…

Camino desde la oficina con ánimo de verano cuando son las diez de la mañana y aún no arrecia el calor sofocante de una jornada que se intuye similar a las últimas: calurosa. Faltan árboles. La Rosaleda (la avenida) no será por el momento ese paseo ribereño que muchos ciudadanos anhelamos desde hace años aunque sí nos obsequie en sus varios kilómetros de recorrido domesticado algunas estampas urbanas que nos sugieren vagamente la relativa facilidad con que hacerlo más amable. Aún por el empeño de algunos en emular al Nilo con obras faraónicas que por su magnitud distan sobremanera de no ser utopías. El Guadalmedina fue, es y deberá seguir siendo río aunque muchos de nosotros ni siquiera identifiquemos su cauce metropolitano con el rumor agitado de sus aguas siempre revueltas.

Nunca he sido partidario de eliminar todo rastro del río embovedándolo ni total ni parcialmente. Aún cuando parecía ser la única solución viable en tiempos de vacas gordas. A pesar de que en los 90, cuando el gobierno municipal desenterró añejos  proyectos de desvío de su cauce y comenzó a emplazar en el imaginario colectivo la idea del río como “cicatriz”, el cauce ha cultivado desde entonces un “mantenido” deterioro. El Guadalmedina no puede ser entendido como “cicatriz” urbana si, según reza en el diccionario de la RAE, definimos cicatriz como la «señal que queda en los tejidos orgánicos después de curada una herida o llaga» o la «impresión que queda en el ánimo por algún sentimiento pasado». Lógico es que no pueda quedar marca alguna de esa herida que nunca ha sido curada. Tal vez nos quede esa misma herida. Desconozco qué tipo de sentimiento pasado puede quedar en el ánimo ciudadano más allá del descreimiento de su posible recuperación.

A principios de los 90, el arquitecto Joan Busquets realizó en colaboración con José Luis Gómez Ordóñez el proyecto de reurbanización del cauce urbano del Guadalmedina (http://www.bau-barcelona.com/studio/projects/detail/idC-42-61-Malaga,%20riverfront%20development%20next%20to%20the%20old%20town), intervención que aglutina una serie de actuaciones que pueden considerarse aciertos aún vigentes a pesar del deterioro mencionado y del prematuro envejecimiento de la obra. Entre ellas la génesis de cuatro nuevos puentes (la pasarela peatonal de Santo Domingo y los mixtos de la Esperanza, del Carmen y de Antonio Machado) junto a la ampliación de uno de ellos (el de Tetuán), la creación de un tramo subterráneo para los vehículos en su margen oeste en la linde con el barrio de la Trinidad y la depresión de la desembocadura del río para que el agua del mar penetrase en este último recreando una lámina de agua navegable que, años después genera más ira que placidez en su contemplación por la dejadez de sus aguas irrespirables.

La reurbanización de los 90 nació sin el suficiente apego a la ciudad. Al ciudadano, porque le costó (sensibilidad y dinero), aún le sigue costando, identificarse con ese río sin agua, duro, falto de naturalidad y de costoso mantenimiento. A la administración porque desde el principio ninguna quiso responsabilizarse de los gastos de su mantenimiento y limpieza. Es injusto no destacar que, a diferencia de otros cauces urbanos reutilizados, el de Málaga no debía dejar de cumplir su función de evacuador de las eventuales aguas torrenciales. Por tanto su destino sigue indisolublemente unido a la presa existente más al norte la cual evita las frecuentes inundaciones que sufrió la ciudad. El nuevo cauce se diseñó prestando la suficiente atención para que en las épocas de lluvia (no abundantes en número pero sí en cantidad) se pudiese evacuar el agua hacia el mar sin causar males mayores.

Alcancé el hotel en el que se había organizado la charla-conferencia que el arquitecto Rafael Moneo ofrecía esa mañana auspiciada por el grupo Joly, en un establecimiento estratégicamente ubicado frente al conjunto de solares que serán objeto de la obra por la que la empresa promotora ha traido al reconocido arquitecto a la capital. Más que su enorme capacidad de convocatoria -el Principe de Asturias de las Artes y el Pritzker son ya una garantía de asistencia para los no relacionados directamente con la profesión, aunque Moneo sea una primera figura desde hace más de 30 años- me llamó la atención la habilidad que posee para renovar su discurso, transmitir su entusiasmo y, sobre todo, crear debate sin imponer criterio.

A pocos días de que se falle el concurso convocado por la fundación CIEDES para dilucidar el futuro del río, Moneo dejó bien claro que la ciudad debe hacer algo con ese gran  ‘vacío’ que es actualmente vertiendo sobre los allí congregados analogías entre la bóveda verde de los inmensos ficus de la Alameda Principal y el tratamiento que podría plantearse para el río.

Ahora es el momento de resolver la profunda dicotomía que padece la ciudad desde hace siglos, empeñada en no resolver con diligencia las diferencias marcadas en sus márgenes. Al igual que Budapest es dos ciudades unidas por el Danubio, Buda y Pest, en Málaga, el río la divide en dos ciudades radicalmente distintas bajo la misma denominación: la Este y la Oeste.

Seguramente el hecho de que hasta los mencionados años 90 en sus algo más de 4,5km de recorrido los puentes que salvasen su cauce no alcanzasen la media docena evidencien que esa necesidad de distanciamento no es cuestión baladí.

Cuando cuestiones como el Auditorio de la explanada de San Andrés, el gran parque de los terrenos de Repsol, el de San Rafael, la urbanización del sector de Bellavista y el amplio Bulevar sobre las vías del tren, la mejora de la Avenida de Velázquez, la reutilización fallida de la Fábrica de Tabacos y otros tantos proyectos de la ciudad oeste duermen el sueño de los justos, recuperar el vacío cauce del Guadalmedina sería útil para transmitir parte de ese optimismo que poco a poco recupera la ciudad histórica, la del paraíso, la del puerto, la de las colinas, hacia ese occidente urbano tan tocado.

Seguiremos atentos…